Treinta
años no son nada, treinta años es una generación. La demografía si importa. Hay
muchos que opinan que la reciente época del esplendor pre crisis que vivimos se
debe al boom de nacimientos de los sesenta. Hay algunos que opinan que esta “nueva
normalidad” post crisis se debe a la jubilación de esos niños nacidos en los
sesenta. Todo pudiera ser. Las poblaciones del mundo desarrollado se encogen
rápidamente, luego hay menos mano de obra para trabajar y, principalmente, para
mantener a los jubilados. La estructura de la economía cambia y el PIB tiende a
mantenerse, y los tipos de interés también, y también el bajo crecimiento, es
un problema de agregación y puede haber unidades aun que no sientan las
consecuencias. La Europa del bienestar está al borde de un estancamiento
perenne. Si esto lo salpimentamos con un estancamiento en la productividad y la
sustitución de mano de obra por la automatización robótica el problema se
agrava. Si bajamos los salarios, nadie ahorra y nadie invierte. En Europa
tenemos un problema. La demografía también es economía.
Algunas
sociedades, países, se han dado cuenta de ello y están primando la natalidad.
Treinta años se necesitan para ver los efectos, toda una generación. Los mismos
treinta años que se necesitan para ver los efectos de la política educativa y
formativa. Son muchos años para una histéresis económica, “céteris páribus”.
Treinta años o, como algunos entienden, en la inmigración selectiva y
controlada está una parte de la solución. Recuerden que en este país la
avalancha migratoria durante el boom económico fue la que nos permitió tener
una hucha de las pensiones.
En
el seno de la sociedad hay grupos que pretenden repetir al pasado. La clase
política que nos ha tocado se pierde en frases políticamente correctas y que en
el fondo no significan nada, lo seguiremos pagando. Faltan cabezas pensantes
que dirijan el necesario debate, faltan filósofos y sabios que marquen los
caminos. Nos faltan nuevos cimientos y
pilares intelectuales y colectivos. Ese es el pesimismo del que algunos me
acusan. Me dan miedo esos que quieren reducir los problemas a pequeños reductos
locales o nacionales, en este nuevo mundo multipolar eso es condenarse al
fracaso, o Europa es Europa o se convierte en una nueva polinesia de pequeños
países aislados entre sí. Estos nuevos líderes localistas son tan peligrosos
como el fácil populismo peronista-bolivariano. Necesitamos otras soluciones,
quizás menos mágicas y mucho más realistas. Hay que reconocer el problema para
poner en marcha las soluciones y no valen ni la demagogia ni las generalidades
genéricas a las que nos tienen acostumbrados. Hay que ponerse a pensar y huir
del calendario político electoral que nos lleva a parches y no a soluciones.
En
este mundo cambiante que estamos viviendo empiezan a aparecer soluciones que
nos van a permitir disponer de una tecnología a la altura de una nueva
revolución en la que no solo la información, sino cualquier cosa de valor se
puede manejar de forma segura y privada, eliminando parte de las funciones
innecesarias que hoy realizan intermediarios poderosos como gobiernos y bancos.
Hay que explorar esos caminos y otros muchos. Esa tecnología ya existe. Tenemos que redefinir el papel de los Estados
y su burocracia, yo diría que disminuirlo. Hay que transitar de la auctóritas”
a la “potestas”. Hay que sustituir el “Estado suministrador” por el “Estado
garantizador”. Aunque lleve treinta años, que Dios no lo quiera.
Un
ejemplo: Tuve que acudir a la consulta de la Seguridad Social para un pequeño
problema ocular de la vista. El médico de cabecera me lo marcó como urgente,
cláusula de estilo habitual. Acudí a la mesa del funcionario de turno y me dio
la primera consulta con el oftalmólogo para el 29 de noviembre, muy bien me
dije, hasta que me di cuenta que es para
el del año que viene. El miedo de la clase política y funcionarial a lo privado
triunfa. Tiene que existir otro camino. Yo lo sé y a muchos no les va gustar:
El Estado está para garantizarme la sanidad no para burocratizar la
oftalmología. A este paso me operarán de cataratas, si fuera necesario, in
artículo mortis dentro de treinta años.
¡Hala,
que les vaya bien! Hasta el mes que viene. Un saludo de
En Las Medianías,
que es mi sitio, a domingo, 27 de noviembre de 2016.
Treinta años es lo que han tardado los catalanes en "cambiar la historia" enseñando en los colegios que son unos perjudicados por la maldad de los españoles.... ¿Treinta años para restituir la verdad?
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